jueves, 2 de septiembre de 2010

Escenarios de conflicto en las relaciones de pareja



Hay distintas escenas y escenarios en los que se desenvuelven los conflictos de las parejas: estos son solo algunos y también algunas sugerencias.

Robert Sterberg, el conocido psicólogo, sugirió algunos problemas en las relaciones amorosas, que los terapeutas de pareja reconocemos como temas centrales de las parejas en crisis. De su texto tomo en este caso algunos subtítulos, aunque el desarrollo de las ideas es de mi autoría. (Articulo original de Roberto Rosenzvaig)

Nos peleamos mucho.
Si bien las confrontaciones en una pareja son parte de la convivencia, el problema surge ante la reiteración de las mismas. Cuanto menos relevantes son los motivos del conflicto, más serios son en términos de crisis, porque si no se pueden solucionar los detalles mínimos, que pensar acerca de los verdaderamente relevantes. Cuando “las tonterías” desencadenan enfrentamientos que nunca se resuelven se produce un notable deterioro de la calidad de vida.
La incapacidad de tomar acuerdos o negociar es el eje central de las peleas, ninguno de los dos quiere ceder espacios o perder privilegios, con lo cual es obvio que la fantasía de ganar esconde la realidad de que ambos se convierten en perdedores.
Mi pareja no me comprende o yo no comprendo a mi pareja.
La comprensión incluye dos elementos centrales; la empatía y la capacidad de escucha, cuando ambos se ausentan crece la sensación de convivir con un extraño, alguien que está siempre en otro planeta cuando se le habla de hechos que se desean compartir. Comprender quiere decir entender, pero aquí no se trata de un problema intelectual, y menos auditivo, sino de distancia emocional.
Cuando alguien declara no entender al otro, esto significa ni más ni menos que dejó de entenderlo, porque no cabe duda que alguna vez pudo hacerlo, entonces los mundos perceptuales ahora no están conectados y el lenguaje de cada uno representa visiones del mundo diferentes. Cada cual se vuelve autoreferente y entiende los hechos desde su propia perspectiva. Se centra en sí mismo y toma cada vez más distancia de lo que podría representar para su pareja.

A medida que el conflicto aumenta la perspectiva se torna más estrecha.

Mi pareja y yo no tenemos una buena comunicación.
Este punto está en relación directa con el anterior, y es uno de los elementos centrales que las parejas mencionan cuando se refieren a los factores que producen la separación. La comunicación (conversaciones) es el eje que permite compartir las experiencias vitales, favorables y desfavorables, y uno de los pilares de la intimidad. Cuando se pierde o se deteriora es sinónimo de lejanía. Las parejas que no son felices en su matrimonio son rígidas e inflexibles en su patrón de comunicación; expresan negativismo, es decir comienzan casi todas sus frases con una descalificación o censura de lo que dice el otro. La palabra no acaricia sino que hostiliza.
Mi pareja y yo no nos deseamos. O yo no deseo a mi pareja.
El deseo sexual es un barómetro eficiente para diagnosticar la distancia entre ambos. Está siempre presente como un testimonio de la falta de interés creciente. O del rechazo que ya no se puede disimular. Le puede suceder a cualquiera de los dos, y es un mensaje claro de un conflicto creciente.
No encuentro satisfacción sexual con mi pareja.
Claramente vinculado con el punto anterior, la satisfacción sexual es la resultante de prácticas eróticas adecuadas en conjunto con la cercanía afectiva. Cualquier escisión tiene  consecuencias claras sobre la calidad de la unión.
Me siento atraída/o hacia otras personas. O mi pareja parece sentirse atraído hacia otras personas.
El problema con este tópico no reside en que sea de por sí negativa la atracción transitoria hacia otras personas, en realidad es un hecho sumamente corriente, como lo son las fantasías eróticas; el conflicto se produce cuando esta atracción es notablemente mayor o reemplaza a la que se siente por la propia pareja. Si al principio de una relación la mirada externa puede valorizar los atractivos físicos o de conducta del compañero, en esta instancia en que todo parece limitado, carente de energía o de pasión, aparecen fantasías de substitución de la relación original por otra más excitante, interesante o adrenalínica. 
Tenemos cada vez menos cosas en común.
Esto sucede porque las personas cambian en sus gustos, ideas y proyectos. En ese proceso no hay un acompañamiento mutuo; estas parejas separan sus mundos de interés y acción y no logran hacerlos coincidir en punto alguno. Sólo se sienten vinculados a través de los hijos y los problemas económicos.
Mi pareja es demasiado exigente y posesiva conmigo.
La exigencia y la rigidez restringen la autonomía y la capacidad de afecto. Esta situación coloca a uno de los dos, o a ambos en una actitud de supervisión activa permanente. Es frecuente ver a estas parejas involucradas en un esquema de defensa y ataque, aunque la exigencia suele disfrazarse de interés, en realidad aparece como control y descalificación.
Mi pareja no entiende mis necesidades, ni me apoya.
El tema de las necesidades se ubica en una delicada balanza donde uno de los dos puede pensar en que entrega lo máximo de sí y recibe lo mínimo que anhela. Las demostraciones de afecto, ternura, interés desaparecen para ser reemplazadas por demandas.

En el centro de este escenario se sitúa el conflicto con la capacidad de acoger y ser acogido.

Él o ella no me dedica suficiente tiempo.
En el comienzo de una pareja suele establecerse una línea de prioridades que ambos comparten, esta apunta al fortalecimiento del vínculo amoroso y la intimidad. Todos sentimos alegría cuando la persona elegida nos muestra interés y piensa en nuestras necesidades, ello nos lleva a actuar de forma complementaria aumentando el placer de compartir. En cambio cuando las prioridades se desplazan hacia otras opciones, como los amigos, los hijos o el trabajo; se genera una restricción en las oportunidades de estar juntos y se limita asimismo la calidad de la convivencia.
Estoy aburrido de mi relación.
El aburrimiento o la “lata” sucede cuando la emoción desaparece en las relaciones; esta sensación se produce ante la percepción de que todo se repite de modo más o menos uniforme, y que alguno de los dos se hartó de proponer cambios. Te quiero pero no te amo es una declaración síntesis de esta posición.
En este punto específico voy a extenderme más porque de algún modo sintetiza todos los tópicos anteriores.
En la vida de una pareja hay momentos gratos y otros amargos: en cada uno de esos instantes se dicen cosas que pretenden sintetizar en palabras las emociones involucradas.
Se pronuncian frases, algunas intranscendentes y otras que suelen dejar huellas que pueden hacer muy difícil su olvido, tanto en un sentido positivo como negativo. Las más perdurables son aquellas que se relacionan con los sentimientos. Uno siempre recuerda las declaraciones de amor que expresaban la intensidad del momento, y las recuerda tanto como aquellas otras hirientes o condenatorias que señalan el desamor.
Algunas expresiones, aunque sean hirientes o descalificadoras, pueden ser olvidadas o perdonadas, porque se entiende que han sido pronunciadas en forma irreflexiva, sin embargo otras expresan un estado de cosas largamente reprimido. Son, en un cierto sentido, lapidarias.
-Te quiero, pero no te amo-. Es una de esas expresiones límites en la vida afectiva de una pareja, porque quiere sintetizar el estado del vínculo. Cuando uno dice esta frase,  está  poniendo en tela de juicio el sentido y la continuidad de la relación.
¿Qué se quiere decir con ello?  ¿Que representa para una persona el cambio del amor a una sensación de cariño desapasionado?
Los investigadores de la psicología de los vínculos de pareja afirman que las personas se unen por pasión, pero que perduran juntos en el tiempo por la firmeza y calidad de los lazos afectivos. Si esto es cierto, entonces es precisamente el cariño el que hace más sólidos y perdurables los vínculos. Lamentablemente esto no opera del mismo modo para todos; hay muchas personas que tienen una necesidad imperiosa de sentir una pasión amorosa similar a la que caracterizó los comienzos de la pareja, y no se adaptan a los cambios que una relación prolongada produce en esas emociones.
Lo complejo de este problema es que no se trata de parejas con malas relaciones cotidianas; las más de las veces se llevan bien, se respetan, comparten confidencias, son buenos criadores de sus hijos, y se los ve a menudo tomados de la mano, exhibiendo ante los demás la calidad de su relación, son vistos por los otros como las parejas perfectas y envidiadas.  Sin embargo es en el territorio de la intimidad donde se muestra el conflicto, porque los años los han transformado en muy buenos amigos, pero a cambio han perdido la calidad pasional en su vínculo. Esto no se refiere en exclusiva a la vida sexual, sino a todas las acciones que muestran entusiasmo amoroso, son -en un cierto sentido- demasiado previsibles el uno para el otro, han perdido la capacidad de sorpresa.
Este proceso de entumecimiento emocional lleva a que cualquiera de los dos, y en ocasiones ambos simultáneamente, comiencen a percibir una fuerte sensación de carencia, que se expresa en distintos aspectos de la vida cotidiana. Uno de los más notorios se produce en torno a las relaciones sexuales, que se hacen esporádicas y rutinarias, con dificultades crecientes en la concentración, es como si de pronto los pensamientos se fugaran de la escena, y solo quedaran dos cuerpos en movimiento.
Las parejas que advierten lo peligroso de esta situación buscan decir o hacer cosas diferentes que los devuelvan a emociones que conocieron en el pasado, otros simplemente se deslizan hacia un conformismo con ese estado de cosas, con el riesgo de que aparezca en el horizonte individual otra persona que active el volcán dormido.
La pregunta más difícil de responder que formulan estas parejas cuando llegan a terapia, es: ¿Se puede recuperar el amor? ¿Podremos reencantarnos?
Nadie puede responder esa pregunta, porque no se trata de un simple reordenamiento de acciones, es mucho más complejo y profundo, ya que apunta a desnudar ocultas expectativas, deseos frustrados, afrontando uno de los desafíos más serios que se presentan en la historia de un vínculo, como lo es revitalizar una relación que ha modificado su calidad original, volcándose del amor al cariño. Para que esta transición no sea una pérdida se tiene que poder mantener o recuperar los lazos pasionales.
Reencender la llama, reencantarse, renovar la seducción. Uno ha escuchado tantas veces estas expresiones que tiende a creerlas solo parcialmente.
Son como declaraciones de intenciones, positivas en el fondo, pero difíciles de lograr, porque los miembros de esa pareja tienen poca credibilidad en sus propias capacidades y tienden a frustrarse rápidamente si las cosas no resultan.
Yo me declaro un poco escéptico en cuanto a la posibilidad real de eso que se llama reencantamiento, porque implica generalmente la idea de hacer resurgir las emociones desde un pasado en el cual la atracción entre ambos fue intensa. Eso puede ser absolutamente cierto, pero pertenece a otro tiempo y a personas que han cambiado. No son las mismas que vivieron aquellas experiencias, ni pueden serlo.
No se puede retornar al pasado, se lo puede recordar y tomar de allí los elementos que fueron positivos. De algún modo la propuesta consiste en recrear las condiciones que facilitaron el encuentro y la conexión, renovar la relación, con la clara conciencia de que lo que se busca no es la pasión arrebatadora, sino una conexión íntima renovada y original.

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