¿Quién no se ha hecho esta pregunta después de diez o veinte años de matrimonio? Un día te das la vuelta en la cama, le miras y te preguntas si es la persona indicada. Y, claro, esto sucede porque nuestro cerebro está diseñado (o lo hemos configurado nosotros mismos) para pensar de forma binaria, en términos de blanco o negro. Es decir, o es la persona adecuada o no lo es. No existen términos intermedios.
El “romance” es el encargado de plantar la semilla de la discordia que nos hace pensar que hemos elegido a la persona equivocada. Durante la primera etapa de la relación, sentimos una intensa atracción por el otro. Y esta atracción (o enamoramiento) se parece mucho a una intoxicación por cocaína, sobre todo porque está determinada por algunos neurotransmisores que son los responsables de que no veamos los defectos del otro y de que nos sintamos como si estuviésemos volando en la luna.
No obstante, entre los nueve meses y los cuatro años esta sensación desaparece y muchas personas se sienten abrumadas porque comienzan a percatarse de que su relación no es tan romántica e idílica como soñaban. Con el tiempo, la inexorable realidad asoma su cabeza, se descubren las incompatibilidades y nos desencantamos. En fin, es una etapa en la cual nos concentramos en todo lo negativo de la otra persona que no nos gusta para nada. Algunos sacan la conclusión de que se han casado con la persona equivocada y rompen el matrimonio. Otros simplemente se resignan y viven una vida triste y sin esperanzas.
Sin embargo, ¡no todo tiene por qué acabar así!
En el amor maduro no miramos a la pareja como a la única fuente de felicidad o de infelicidad. Como personas adultas, asumimos nuestra responsabilidad de las expectativas que nosotros mismos nos hemos creado y aprendemos a ajustarlas. No nos dejamos llevar por el primer sentimiento de inseguridad o por nuestros estados de ánimo más oscuros. En vez de mirar continuamente al otro con ánimo recriminatorio, deberíamos mirarnos a nosotros mismos y pensar en cómo podrían resolver esa “crisis”.
Sin embargo, el problema estriba en que la cultura nos impulsa a pensar que no debemos conformarnos con algo que no es lo ideal. Y es que resulta imposible desligar nuestras creencias de la cultura consumista: “esto no me gusta más, lo boto y me compro uno nuevo”.
Así, en el matrimonio no se trata de encontrar a la persona adecuada sino de convertirse en la persona adecuada. Ambos pueden crecer juntos y readecuar sus expectativas e intereses en función del otro.
Por supuesto, hay veces en que nos equivocamos de verdad y elegimos a una pareja que no tiene mucho que ver con nuestros gustos e intereses. Esto sucede porque cuando pasamos por la fase del enamoramiento, nos convertimos en una “versión low cost” de nosotros mismos. Al igual que las personas adictas, pasamos muchos detalles por alto y nos alegramos con poco porque nuestra capacidad de raciocinio no funciona al 100%.
En otras ocasiones, simplemente no sabemos lo que queremos (qué características serían indispensables en la pareja) y elegimos inconscientemente la opción que está a mano. Quizás porque era la alternativa “menos mala”.
¿Cuándo se puede salvar el matrimonio?
Para salvar la relación de pareja es necesario que ambos miembros estén dispuestos a involucrarse en el cambio, que puedan pasar por alto los defectos del otro (o que incluso lleguen a amarlos) y que sean capaces de mostrar sus sentimientos.
Otro aspecto importante que nos indicará que la otra persona realmente se esfuerza en la relación son las señales de crecimiento. Es decir, cuando tu pareja cambia algunas de sus costumbres o motivaciones en aras de satisfacer tus necesidades o expectativas.
Recuerda que la solución siempre está en la comunicación asertiva.
Escrito por Jennifer para Rincón de la Psicología.
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