miércoles, 1 de diciembre de 2010

Dopamina y reproducción


La conducta reproductiva es después de la conducta de autopreservación la segunda en importancia en la jerarquía de motivación de los Sapiens. Pasar los propios genes a la siguiente generación es el objetivo de cualquier ser vivo y aunque no todos lo consiguen, podemos afirmar que desde el punto de vista teleológico es el objetivo final de la vida: la transmisión de los propios genes a la siguiente generación.
El único ser vivo que puede tener averías tanto en su instinto de preservación como en su motivación reproductiva es el ser humano, precisamente a partir de su enorme inteligencia o lo que es lo mismo a partir de su casi infinita capacidad simbólica que procede- no obstante- de su condición de ser inconcluso. Tan inconcluso que puede mediante su inteligencia acallar el propósito, la motivación esencial que debiera guiar su vida y que no obstante y aunque pueda electivamente quitarse la vida o no reproducirse el ser humano es victima de las mismas conspiraciones sociales que los animales sufren para sobrevivir o reproducirse. Nuestra sensación de libertad es pues discutible.
Lo que quiero decir es que aunque una persona decida quitarse la vida o no dejar descendencia, los motivos por los que va a poner en práctica esta conducta están condicionados, por las mismas leyes que en los animales fuerzan a todo lo contrario: preservar la vida y/o reproducirse. Se trata de motivaciones etológicas que proceden del rango y la afiliación (Stevens y Price 2000)
  • Para reproducirse el hombre como el animal precisan alcanzar un determinado rango, resultar atractivo para una hembra, bien por su apariencia física, bien por su habilidad para construir madrigueras o por su estatus social. Es evidente que cualquiera que sea la razón un macho necesita resultar atractivo para una hembra si quiere reproducirse. Existe otra opción: el sexo forzado o violación que es seguro que no ha sido borrada del catálogo de posibilidades reproductivas de determinados machos.
  • Además del rango social que de por si puede resultar en nuestra especie un poderoso atractor para las hembras es posible además obtener el beneficio de la reproducción desde un bajo rango, siempre y cuando se conserven ciertas habilidades afiliativas. He nombrado el “atractivo viril”, vinculado a ciertas conductas demostrativas de rango y también nombraré a un aspecto de la selección sexual: determinados machos pueden ser atractivos para las hembras no por su fuerza, vigor o habilidad para la caza, sino por el hecho de ser un buen padre, cantar canciones o bailar animosamente.
Pareciera como si la evolución hubiera diseminado varias posibilidades conductuales entre el patrimonio genético de la humanidad a fin de asegurar múltiples estrategias de apareamiento en función de aquellas tres posibilidades conductuales, afiliación (tasas reproductivas altas), desafiliación (tasas bajas) y conductas oscilantes que son precisamente los que tienen las tasas reproductivas más altas.
La promiscuidad es una estrategia evolutivamente estable, del mismo modo que la monogamia o la poligamia. Las tres son EEE (estrategias evolutivamente estables) en el sentido de Trivers. Lo que nos lleva a concluir que si el individuo border-line o limite existe es precisamente porque la promiscuidad sexual preserva su linaje, lo que es lo mismo que admitir que los síntomas que le aquejan: impulsividad, agresividad, vacío emocional, conducta errática, están probablemente determinados por los mismo genes que buscan en la promiscuidad su “inmortalidad” y que aunque hoy se hayan hecho inadaptativos no es en su cerebro donde cabe buscar el origen de la disadaptación sino en las formulas de vida a que deben acoplarse.
La vida de los Sapiens modernos, me refiero a la vida de los Sapiens opulentos no deja demasiado resquicio a las conductas de riesgo, de búsqueda o de exploración, más allá de algunas excursiones guiadas. Vivimos en ciudades invivibles y deshumanizadas, con demasiada población compartiendo unos recursos naturales cada vez más esquilmados. El mayor problema con el que se enfrentará el ser humano del futuro será la sobrepoblación relativa, en el sentido de que la mayor parte de la población se aglutinará alrededor de determinados círculos opulentos, lo que no hará sino agravar el problema del abastecimiento, después de esquilmar los recursos naturales disponibles. Pero no solamente la sobrepoblación resulta una amenaza en cuanto a la distribución de recursos alimentarios, energéticos o hídricos, sino la propia dinámica de los que se conoce en etología como hábitats densos.
Un hábitat denso es un ecosistema donde se dan cita múltiples especies. Sobrevivir en un hábitat denso tiene como resultado adaptarse a un ecosistema sobrepoblado donde la única forma de supervivencia es hacerse con un nicho ecológico. A este nicho ecológico se le conoce con el nombre de especialización. Especializarse en tareas distintas pero sinérgicas con el conjunto del sistema es la forma adaptativa que toma la vida en las formaciones coraliferas por ejemplo. Para el Sapiens que no tiene depredadores naturales y que ha terminado con todos sus competidores la agresión toma la forma de agresión intraespecifica y la especialización toma la forma de competencia intraespecifica y los nichos ecológicos toman la forma de “profesiones” o tareas especificas que sirven al conjunto de la comunidad. La progresiva necesidad de especialización corre pareja a la sobrepoblación de los hábitats densos que conocemos como ciudades, lo que es lo mismo que decir que las destrezas derivadas de la complejidad de estas especializaciones deja afuera a aquellas personas con deficiencias de aprendizaje vinculadas a la debilidad de su sistema dopaminérgico que son precisamente los que más se reproducen lo que nos lleva a la predicción de que estos hábitats densos que llamamos ciudades sobrepobladas son el nicho ecológico de las personalidades del cluster B (antisociales, histriónicos y limites), dado que son los que resultan más osados a la hora de emigrar pero donde no hacen sino desadaptarse más y más.
No estoy presentado un panorama desolador desde el punto vista del futurible práctico porque estoy convencido de que los sistemas naturales se autorregulan, es decir sólo pueden tolerar una cierta cantidad de individuos no especializados. Quizá sea esta la razón por la que este tipo de personas presentan una vida más corta, tengan más accidentes en función de sus conductas de riesgo y tiendan al suicidio con más frecuencia que la población general. Es muy posible que la evolución a través de un gen o un grupo de genes “cooperando entre si”, diseminara una estrategia conductual de individuos prescindibles con un estilo de vida presidido por el “vive deprisa y muere pronto” con dos objetivos fundamentales: presionar en el sentido de la oscilación entre conductas afiliativas y desafiliativas en función de las necesidades ambientales y presionar en la dirección de que este tipo de personas tuvieran una vida más corta como un medio de evitar que toda la población acabara por contener genes desafialiativos lo que podría resultar letal para la supervivencia de la especie.
En la siguiente tabla describo algunos parámetros conductuales relacionados con las conductas afiliativas y desafiliativas, siendo el Cluster B de la personalidad el que acumula mayor numero de individuos oscilantes , es decir, los que alternan conductas afiliativas y desafiliativas en una continua búsqueda y exploración de ambos modos.


Fuente original de donde lo hemos extraído:

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