jueves, 18 de noviembre de 2010

Parafilias: Lo normal en sexología


Antes de intentar una definición de parafilia, que veremos en el ítem siguiente, vale la pena reflexionar con otros autores lo que se considera normal en Sexología, pues el hecho de que se haya despatologizada buena parte de las conductas sexuales antiguamente consideradas anormales, no significa que vale todo o nada es anormal. Para definir lo anormal debemos saber de qué se trata lo anormal. Desde el vamos, ya comprobamos que la historia también es un factor que cambia la valoración científica de los mismos hechos.
Suponemos que toda cultura posee sistemas valorativos y normativos para el ejercicio de la sexualidad de sus integrantes, como pautas deseables, buenas o virtuosas. Ya vimos más arriba la normatización del mismo por preceptos religiosos registrados en el Viejo y en el Nuevo Testamento. Pero cada cultura diferente posee y poseerá un Sistema de Valores sexuales propio.
Siempre se consideró la existencia de una norma o regla que cumplir y un castigo por no hacerlo. Descartes, en el siglo XVII, describe la representación gráfica de dos variables y Gauss y Laplace dibujan sobre la base de una abscisa y una ordenada, la distribución de frecuencia estadística de un fenómeno dado, en su célebre Campana de Gauss o Curva Normal. Ella posee una media aritmética, su moda o valor que se repite con mayor frecuencia y una desviación standard máxima y mínima, equidistante en sus límites de la media. Los datos restantes, que no caben en la desviación standard, constituyen una desviación de la norma.
La curva normal determinó para cada variable estudiada qué era normal o anormal, y los médicos extendieron el concepto de normal a lo sano, y de anormal a lo enfermo. Pero este aporte, con ser valiosísimo, solo muestra el aspecto de frecuencia estadística. También el aporte moral, valorativo, es de gran importancia, pero ambos son insuficientes para determinar la seguridad absoluta de lo normal o anormal, desviado o justo. Dice Alonso Fernández (1) que “ambas normas, la estadística y la valorativa, en cuanto puntos de referencia para determinar si un fenómeno psíquico o somático es normal o no, solo tienen una validez parcial: la norma estadística, por su relativismo; la norma ideal, por su subjetivismo”. Gallardo (23) propone un tercer criterio: el fenoménico, en que da una síntesis entre el criterio valorativo y estadístico, entre el “deber ser” y el “darse”, entre lo valorativo y lo descriptivo.
Las diferentes fuentes animistas, religiosas, filosóficas o científicas de las categorizaciones y enfoques de cada problema o fenómeno, como el sexual, determinan modos típicos de comportamiento, que sin embargo cambian permanentemente, en un dinamismo relativista y realista al mismo tiempo.
La aplicación del criterio puramente estadístico para determinar lo normal en Sexología colocaría dentro de la normalidad, dada su frecuencia, a las disfunciones sexuales, el chantaje masculino-femenino y la infidelidad. Y sería anormal un varón que nunca se ha masturbado, dice Alvarez-Gayou (2) o según Gallardo (23), los varones que han tenido relaciones sexuales con una sola persona del sexo opuesto en toda su vida. No basta, pues, la norma estadística. Y lo que es valorativamente normal para una cultura -como la iniciación sexual de una mujer por su padre- no lo es para otra. En la alternativa del concepto fenoménico, a los conceptos de respeto, aceptación voluntaria, mutua satisfacción, ausencia de daño o lesión física o psicológica, que según este autor deben estar presentes en el acto sexual normal, debemos agregar el de libertad sexual, responsabilidad por la consecuencia de sus actos sexuales, es decir, capacidad plena de los participantes.
Marcel Eck (15) al comienzo de la década del setenta consideraba que había cinco factores que hacen que la balanza se incline del lado de lo anormal en las conductas sexuales y no de una simple desviación normal. 
Serían:
  1. La transgresión voluntaria, consciente y erotizada. Bataille (6) fue quien codificó esta noción de transgresión: el erotismo no puede culminar más que en la superación de la prohibición. El compañero erótico no es más que el instrumento de la posibilidad de transgredir una prohibición que radica sobre la elección del objeto o en la forma de servirse de él. Llegó a afirmar que no hay erotismo sin transgresión. El sistema metafísico de Bataille estaba coronado por un Jano que a un tiempo era Eros y Angustia. ¿Representa la transgresión el símbolo del rechazo a la ley del padre, la violación del tabú del incesto? Se ha pretendido ver en ella –dice Eck- una autoafirmación revolucionaria y contestataria. Pero la transgresión voluntaria vendría a ser un equivalente del concepto psicoanalítico de perversión: está mal, pero lo hago.
  2. La absolutización del mal. El desviado normal no valora su transgresión porque esta es el mal. El anormal pierde interés en su desviación si ésta no fuera la encarnación del mal, acompañada con la necesidad maniquea de un reconocimiento del bien, aunque no sea más que para negarlo, o aún más, para escarnecerlo.
  3. La justificación. El anormal encierra la contradicción de que mientras busca el placer mediante la transgresión y el mal, se pretende justo. Como no puede desear otra cosa, es justo que desee lo desviado. “En casi todos los parafílicos” –dice Eck- “existe un fondo paranoico reivindicativo y un fondo mitómano justificativo”.
  4. La destrucción. Hay en la conciencia parafílica una voluntad de aniquilación, una especie de ruptura con el principio de realidad y un rechazo de la autenticidad. La mascarada se convierte en una forma de destrucción. El erotismo parafílico es más cerebral que pragmático. Lo imaginario y el juego prevalecen a veces sobre lo vivido, y el escándalo es rehuído por el desviado normal, no así por el parafílico.
  5. El proselitismo. Los parafílicos se agrupan, se reclutan y se entrenan. No hay parafílicos que no conozcan a otros. A veces es dual, otras social, en orgías. Los parafílicos saben localizar perfectamente a sus homólogos en el medio en que actúan habitualmente. Naturalmente, los hay solitarios, aislados.
No podemos aceptar sin crítica esta propuesta de Eck, pero la presentamos para entender las diferentes aproximaciones a que se debe recurrir para determinar los patrones claros sobre normalidad y desviación en sexualidad.
Morton Hunt (29) autor de la investigación sobre las conductas sexuales en la década del 70, responsabiliza en parte a Kinsey por el caos conceptual de nuestra época. Este genial investigador sexual de la década del 50, “en su afán de reemplazar la reflexión moralista por otra de investigación científica desapasionada y neutral, amplió demasiado el significado de la palabra normal”. Propuso que aquello que era considerado común y normal para los mamíferos superiores, constituía una herencia filogenética que otorgaba normalidad a idénticos comportamientos humanos, así como lo común y normal en seres humanos de diversas sociedades, era biológica, psicológica y antropológicamente normal para los seres humanos de todo el mundo. Hunt dice que esto posee una validez relativa y es erróneo en muchos casos. También acusa a Albert Ellis de preferir apartarse de toda crítica y de todo juicio, al afirmar que “las prácticas sexuales poco habituales como ser golpeado en el coito o copular con animales sólo puede ser llamado raro, peculiar, inusual estadísticamente, pero no de anormal, perverso o anómalo”.
Para Hunt (29) los radicales y liberales sexuales sospechan de los términos anormal y anómalo como peyorativos, pues encerrarían la misma connotación que “pecaminoso”, “perverso”, “degenerado” o “aberrante”. Pero considera como un imperativo para una sociedad liberada, continuar con las distinciones entre anormal y normal, adecuado o anómalo, pues sólo así podremos evaluar las posibles consecuencias para el individuo y la sociedad, lograr conclusiones racionales al respecto y manejarlas de modo constructivo e inteligente”. Este criterio se opone al del colaborador de Kinsey, Wardell B. Pomeroy, quien citado por Gindin (25) dice: “Sería más fácil borrar la palabra “normal” de nuestro vocabulario antes de contestar a la pregunta ¿Soy normal?. Nuestra atención debe estar dirigida al ser humano individual” -dice- “y no al irrelevante, ilógico y psicológicamente dañino encasillamiento de las conductas sexuales en “normales“ o “anormales”. No obstante ello, Pomeroy hace la propuesta más interesante en el tema de la dilucidación de lo normal en Sexología, cuando plantea que se puede intentar la aplicación de cinco criterios principales para definir la conducta sexual como normal o anormal.
  1. Estadístico: Si la mitad o más de la población la practica, la conducta sexual es normal. Depende del lugar, la época, la cultura y la clase social.
  2. Filogenético: Si corresponde con el comportamiento sexual de los mamíferos o de los primates superiores, es normal.
  3. Moral: Los preceptos de una comunidad son muy variables en cada cultura en diferentes épocas, pero suele haber un consenso temporal, registrados en usos, costumbres, creencias. Preserva los valores individuales y colectivos.
  4. Legal: El registro de normas escritas y sanciones para defender a las personas y sus propiedades o derechos también abarca lo sexual. Las leyes se cambian y son diferentes en un lugar y otro, pero marcan el consenso.
  5. Social: Las conductas socialmente dominantes que no dañan a la sociedad o a sus miembros, son normales, correctas, adecuadas.
Si cada conducta sexual es pasada por el tamiz de estos cinco criterios, podemos establecer el grado de normalidad o anormalidad de la misma.


Observamos que todas las conductas sexuales consideradas presentan algún tipo de cuestionamiento en cuanto a su “normalidad”. Las dos únicas conductas unánimemente anormales son la paidofilia y la violación, con interrogantes desde el punto de vista filogenético. Y la única conducta unánimemente normal es el sexo oral-genital, con la interrogante legal, pues en algunos Estados de los EEUU siguen vigentes leyes que la prohíben, aunque no se aplican. Cuando vemos que el criterio moral considera anormal también a la masturbación, a la homosexualidad y al sexo no marital, tampoco tiene validez absoluta, pues depende del rigorismo o el laxismo de dicha moral. Hay corrientes morales ortodoxas y otras liberales o permisivas, que consideran normal a la masturbación, la homosexualidad y al sexo no marital. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que la masturbación y la homosexualidad son “graves desórdenes morales” pero no afirma -ni puede hacerlo, pues opera en planos diferentes- de que sean anormales.
Si bien en Sexología podría utilizarse fácilmente esta propuesta de Pomeroy para discernir sobre lo normal y anormal, parece que la inclusión del criterio moral es el principal elemento discordante desde fuera de la disciplina. No obstante, la Sexología utiliza el criterio de Pomeroy de personalizar cada situación para establecer la normalidad en cada caso, y la aplicación de estos criterios, que son modificables y cambiantes, habrá de efectuarse de acuerdo a los avances más recientes en cada disciplina.

DEFINICIÓN DE PARAFILIA
Etimológicamente, proviene del griego “pará” al lado, desviado y “philéo”, atracción, amante. Las diferentes definiciones van dando elementos que nos servirán para la nuestra propia. En los diccionarios antiguos simplemente dice: sinónimo de perversión sexual y citan a Stekel, mientras en otros no figura la palabra.
Quijada (44) en 1982 dice que se trata de una “preferencia sexual desviada”. Money y Erhardt (37) citados por Alzate (5) definen las parafilias como “estados psicosexuales de reactividad obsesiva a estímulo desusado o inaceptable y dependiente de él, que buscan iniciar o mantener una situación sexual con el fin de facilitar el orgasmo”. En el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, se fueron elaborando diversas definiciones: En el DSM III (3) de 1978 se afirmaba que “las parafilias se caracterizan por la excitación como respuesta a objetos o situaciones sexuales que no forman parte de los estímulos normativos y que, en diversos grados, pueden interferir con la capacidad para una actividad sexual efectiva recíproca”.
En la última de 1995, el DSM IV (4) dice que: “La característica esencial (Criterio A) de la parafilia es la presencia de repetidas e intensas fantasías sexuales de tipo excitatorio, e impulsos o comportamientos sexuales que por lo general engloban: 1) objetos no humanos; 2) sufrimiento o la humillación de uno mismo o de la pareja, o 3) niños u otras personas que no consienten, y que se presentan durante un periodo de al menos seis meses”. Pero también (Criterio B) esos impulsos, comportamientos y fantasías deben “provocar malestar clínico significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo”.
Para establecer un diagnóstico diferencial con otras conductas sexuales no patológicas, el DSM IV dice que “las fantasías, comportamientos u objetos son considerados parafílicos sólo si provocan malestar o alteraciones clínicamente significativas, como:
  • son obligatorias,
  • producen disfunciones sexuales,
  • requieren la participación de otros individuos en contra de su voluntad, conducen a problemas legales
  • interfieren en las relaciones sociales.
Tampoco deben coincidir estas conductas con el curso de enfermedades mentales tales como retraso mental, demencia, cambio de personalidad debido a una enfermedad médica, la intoxicación por sustancias, un episodio maníaco o la esquizofrenia. Aquí las conductas sexuales anormales son inusuales, aisladas, no obligatorias y solo duran lo que dura el trastorno mental de fondo. Los periodos de estrés y depresión también son mencionados, pero como desencadenantes de episodios parafílicos, fuera de tales periodos el individuo funciona normalmente. Money (37) señala como característica importante de las parafilias, la hiperorgasmia que las acompaña, a diferencia del menor número habitual de orgasmos de las personas no parafílicas.

CLINICA DEL PARAFILICO
La edad de comienzo del trastorno suele remontarse a la infancia y las primeras etapas de la adolescencia, donde aparecen conductas parafílicas, pero se definen recién en la adolescencia y la adultez joven.
Las fantasías, impulsos y comportamientos pueden ser elaborados o simples, de una sola serie o de varias parafilias asociadas. La duración debe ser mayor de seis meses, como vimos, pero lo común es que sean recurrentes, se cronifiquen y duren toda la vida, con tendencia a disminuir a lo largo de los años. Pueden haber periodos de mayor expresión, coincidentes con periodos de estrés, como también vimos, y también cuando la persona se encuentra con oportunidades existenciales de practicar sus fantasías y actos. Tal el caso de los que eligen trabajar o se ofrecen como voluntarios en comercios de venta de lencería o zapatos de mujer (fetichismo), trabajar con niños en guarderías y hogares (pedofilia), conducir una ambulancia o cirugía, la carrera militar combatiente o la carnicería, así como la policía política en los regímenes de fuerza (sadismo sexual), enfermería (frotteurismo), o en morgues (necrofilia), o empleados de los hoteles de alta rotatividad (voyeurismo).
La repercusión social del trastorno parafílico es variable, pues hay casos en que el portador lleva una vida social activa que no permite sospechar trastornos íntimos, como en otras patologías del carácter. Pero otros se aíslan en sus fantasías y comportamientos, con graves repercusiones sobre su rendimiento laboral, estudiantil o su vida conyugal o social. Compran o roban y coleccionan material fotográfico, películas o prendas referidas a su trastorno exclusivo y eso les basta como toda vida sexual. El exhibicionismo y el voyeurismo así como el sadomasoquismo, pueden llevar a situaciones que violan la Ley y sus portadores terminan encarcelados o procesados. Otros, sufren un deterioro social progresivo o temporario. O llevan una doble vida: privada y pública. La mitad de los parafílicos está casado. Muchos tratan de imponer a sus mujeres sus fantasías o conductas, lo cual conlleva peligro de vida o lesiones en caso de sadomasoquismo, o delitos en caso de pedofilia. Hay parejas de parafílicos que llegan a una transacción de vida muy pintoresca y peculiar. Otras, se divorcian con frecuencia y se vuelven a casar, buscando comprensión.
La frecuencia es difícil de establecer, ya que los parafílicos no suelen consultar por su trastorno, sino por sentimientos de culpa, depresión o vergüenza con intentos de autoeliminación, disfunciones sexuales, trastornos de personalidad o incapacidad de amar o de sentimientos recíprocos. O bien por indicación judicial. La concepción psicoanalítica de que los parafílicos no sufren, no luchan, pues “la perversión es el reverso de la neurosis”, ya no es aceptable en todos los casos. No es la norma que los parafílicos no sufran por su trastorno, incluso pueden considerar sus actos o fantasías como inmorales, pero hay quienes no tienen ningún tipo de malestar, mientras no reciban el rechazo social y vivan su parafilia en la intimidad. Un índice de prevalencia -de validez relativa- es el alto consumo de material pornográfico a temática parafílica. Pero en las clínicas especializadas los diagnósticos más frecuentes son la pedofilia, el voyeurismo y el exhibicionismo, que además, son los casos que con mayor frecuencia son procesados por delitos sexuales. El masoquismo sexual así como el sadismo sexual se ven con menor frecuencia. Las demás parafilias tienen una frecuencia aun menor. Kinsey solo registró estadísticamente la frecuencia de la zoofilia en su estudio de la década del 50.
La distribución por sexo de las parafilias nos muestra que se tratan de trastornos exclusivamente masculinos, excepto en el masoquismo sexual en que hay mujeres, pero en una relación de una cada 20 varones. Money y Ehrhardt (37) señalan que “las muchachas no tienen sueños orgásmicos en la adolescencia -sí de los 20 a los 40 años- se masturban menos que los muchachos, y tienen fantasías romántico-sentimentales en relación con experiencias reales, una narración de amor o una película romántica. En cambio los muchachos pueden horrorizarse al enfrentarse en sus sueños con imágenes de tipo homosexual, sádico, voyeurista y otras parafilias. No se animan a revelarlas a sus padres ni a nadie, las soportan y algún día las pondrán probablemente en práctica”. Estos autores hablan de una “fragilidad psicosexual del varón”, porque así como “le resulta más fácil a la naturaleza producir una hembra que un macho” y a este último hay que añadirle algo -el llamado “factor aditivo” de Money-, “la naturaleza incurre en más errores en el varón”. Este es más agresivo por su tenor de testosterona, la hormona masculina que incrementa el deseo sexual. June Reinisch (45) estableció esta relación de manera fehaciente, sobre todo por la impregnación hormonal prenatal, lo cual fue confirmado por Maccoby y Jacklin (34) en su estudio clásico “The Psychology of sex differences”. El factor T (testosterona) no es ajeno a este predominio masculino de las parafilias. Para el caso de la erotización de la mirada por el voyeurismo y el exhibicionismo, se ha demostrado que los varones, condicionados culturalmente para la caza y el ejercicio del poder y la propuesta, a diferencia de los animales, efectúan un aprendizaje ontogenético o experiencial de imágenes extrañas sexualmente excitantes, de claro contenido psicopatológico y parafílicas.
Leonor Tiefer (51) formada en psicología fisiológica, manifiesta su preocupación de que las parafilias se refieren generalmente a varones y no a mujeres. Para explicar estas diferencias, dice que se manejaron tres teorías: Primera, que el varón debe identificarse precozmente con su madre, la más cercana figura vincular y de sexo femenino. Esto no es un problema para la mujer. Segunda: si el varón posee un mayor impulso sexual, es más fácil que se desvíe. Tercera: la teoría plantearía que “no hay diferencias en la frecuencia de las desviaciones sexuales”, pero generalmente “dichos comportamientos no se reconocen como una desviación cuando son aplicados a las mujeres”. Por ejemplo, “si un varón mira a través de una ventana abierta mientras una mujer se desviste, es arrestado por “fisgoneo”. Si un varón se desviste ¡él puede ser acusado de exhibicionista! En ambos casos es al varón que se considera desviado. En la Ley no se reconoce la posibilidad de que la mujer cometa un abuso sexual. A ellas se les permite con mayor frecuencia el uso de ropas tradicionalmente aceptadas como masculinas que al contrario”.
Dr. Andrés Flores Colombino
Médico Psiquiatra, Geriatra Gerontólogo y Sexólogo Clínico
Miembro del Advisory Committee de la World Association for Sexology (WAS)
Presidente de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Sexología y Educación Sexual (FLASSES), Fiscal de la Sociedad Uruguaya de Sexología.

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