martes, 17 de agosto de 2010

Psicoterapia y naturaleza humana





Un poco así como este año ¿no?


Para empezar nuestras publicaciones no me resisto a publicar un articulo que escribió hace bastante tiempo el psicólogo humanista Kelly creador de la terapia de los constructor personales en el que se nos cuanta medio en broma, medio en serio el posible origen de todo lo que que tiene que ver con el estudio científico de la conducta, sexual incluida claro esta la humana.
Para mí esta muy claro que con un lenguaje de la época si que se esta refiriendo a la conducta sexual, sobre todo porque es lo que se desprende cuando nos habla de ese "Catalogo Actualizado del Pecado" que tiene que examinar con tanta atención y esmero y conservarlo hasta que consiga un catalogo mejor.

Gran parte de las consultas que tendréis que hacer como psicólogos profesionales sobre cuestiones de sexo tendrá que ver con decisiones que se tomaron en su momento y que hacen que vuestros clientes se pregunte aquello de: "Porque hice esto y no lo otro" es evidente que si la cosa les hubiera ido bien no estarían gastando su tiempo y dinero con vosotros ¿no?

Me da la impresión que como comienzo no esta del todo mal y es de lectura agradable.


Este breve escrito, más que de un ensayo se trata de un divertimento sobre la naturaleza humana y los distintos intentos por comprenderla. Sin embargo, señala un aspecto que es muy central para estudio del comportamiento humano en general, y la psicología en particular, y es que todo el conocimiento se basa en la conducta normativa, la más frecuente, en precisar los valores promedios. Pero Kelly defiende que en los momentos excepcionales (como los que observamos a veces en un proceso psicoterapéutico), en los que uno no se comporta de acuerdo con lo esperable cuando la naturaleza humana se manifiesta con mayor esplendor. Una idea muy sugerente que cuestiona nuestras teorías más consolidadas. 
(comentario de Guillem Feixas)  

Feixas, G. (Editor) (2001). La psicología de los constructos personales: Textos escogidos de George A. Kelly. Barcelona: Paidós. 
Para más infomración sobre esta obra pueden dirigirse a www.paidos.com 


La psicoterapia y la naturaleza humana George A. Kelly 

(original de 1966) 

Hace muchos, muchos años (según cuenta el relato), el ser humano hizo una elección decisiva. Optó por vivir en base al conocimiento, en lugar de por la obediencia. Era el camino difícil. El resultado, como ustedes recordarán por el relato (o por haber tomado decisiones parecidas), no fue particularmente feliz. Y como la historia no tiene un final feliz, mucha gente (incluyendo a los teólogos que preferirían que no hubiera perdido el estado de gracia) piensa que Adán echó a perder las cosas. Supongo que no son los únicos que lo creen; también están los economistas, impresionados por la abundancia de artículos vitales que Adán parecía recibir. Por cierto que los psicólogos del estímulo-respuesta (al menos, los que se preocupan por cosas como esta) deben pensar igual, pues parece que nuestro ancestro no actuó de manera realista, en términos de los refuerzos que le rodeaban. En todo caso, el ser humano (¡pobre de él!) prefirió el trabajo y la confusión del conocimiento al placer y las obvias recompensas de la obediencia absoluta. 
Debe admitirse que el hombre no hubiese tenido la iniciativa necesaria para dar el paso si hubiese carecido del estímulo de su compañera. Sin ella, tal vez hubiese seguido feliz, haciendo lo que se le ordenaba, como suele pasar en una comunidad de hombres solos (los equipos de fútbol, los monasterios o el Cuerpo de Marina de los Estados Unidos). Pero cuando las mujeres andan por los alrededores, o cuando no puedes quitártelas de la cabeza, la seguridad material y la satisfacción interna no siempre van de la mano. Sin importar cuánta felicidad tengas a tu alcance, te sentirás inquieto y ansioso por probar los límites de tus construcciones. "¿Qué pasaría si..?" Las luminosas posibilidades futuras se vuelven tan fascinantes que nos ciegan a las evidentes recompensas del presente. 
En todo caso, había una mujer en el Paraíso. Aparentemente (según el relato), no era parte del diseño experimental original. Había sido introducida como una concesión de último minuto, sin atender a los problemas de controles experimentales que podía originar. En consecuencia, las cosas no salieron como el Investigador Principal había especificado en su proyecto inicial. En cualquier caso, esta fue la primera vez (pero ciertamente no la última) que un investigador adoptó una actitud punitiva hacia sus sujetos por no confirmar sus hipótesis. 
Ahora, ¡hablemos de esta mujer! No era totalmente desobediente; pero alguna cosa había revuelto sus sentimientos, una cosa que había interpretado sugestivamente: algo simbólico, sin duda. Y mientras que (como parece ocurrir con el sexo opuesto) no estaba dispuesta a actuar de manera inapropiada (cosa que debemos aducir en su favor), sí comentó el asunto con Adán, como quien no quiere la cosa, por si se le ocurría hacer algo al respecto. A esta estrategia doméstica se le llama "compartir tus problemas". Por supuesto, Adán hizo algo al respecto; y, siendo el compañero fiel que era, llevó el asunto hasta el final. Estoy seguro de que es esto lo que hace que el mundo gire en vez de sentarse con dócil complacencia; y lo que lo convierte, día a día, en el terrible y fascinante rompecabezas que ha llegado a ser. 
Así pues, sin importar la cantidad de textos de psicología cuyos autores teorizan sobre un tipo de naturaleza humana mientras trasnochando ante sus máquinas de escribir demuestran otra (porque podrían estar soñando bellas fantasías o dedicándose a algún otro tipo de satisfacción de necesidades) , parece que, por naturaleza, el ser humano prefiere participar en la carrera a cobrar las ganancias. Esto equivale a decir que (a despecho de las solícitas amonestaciones y terribles amenazas de los teólogos, y de los informes psicológicos que atestiguan la conformidad de las ratas y los estudiantes de secundaria a sus refuerzos) el ser humano tiende, finalmente, a preferir un conocimiento tenue y personal a la felicidad garantizada desde el exterior. Al menos así actúa cuando las mujeres se pasean a su lado formulando vagos problemas en esa irresponsable actitud tan suya (y esto ocurre la mayor parte del tiempo). Por supuesto, puede comenzar a actuar como una rata o como un estudiante de secundaria, si eso es lo que se espera de él; pero antes de terminar se descubrirá usurpando el rol del Creador, arrojando satélites al espacio exterior o, peor aún, desentendiéndose de la psicología del comportamiento para dedicarse a actuar como un verdadero psicólogo. 
A veces parece que el ser humano se dedica a hacer todo lo que puede para desestabilizar la operación regular de nuestro bien reglamentado universo. Su manía de entrometerse con el futuro, en vez de perpetuar el pasado o disfrutar del "estilo de vida americano", hace de él un perenne Adán; uno que no sabe que (se supone) ha de ser él mismo, que ignora sus motivaciones, y que no puede detenerse una vez que se ha vuelto rico. Por momentos sospecho que la única razón por la que el ser humano investiga las leyes de su conducta es para encontrar una forma de escapar de ellas. Por descontado, este no es el tipo de cosa que puede decir en público un psicólogo (al menos, si quiere ser "científico"). 
Nada de esto es muy atinado, en particular si se supone que uno debe "ser uno mismo", mantenerse en su órbita natural, girar en torno a su propio eje. Como en el caso de Adán (que no actuó de acuerdo con las especificaciones de su Diseñador), éste es el inconformismo que lleva a los moralistas a invocar la noción de "pecado" y a los psicólogos la de "paradoja neurótica" : y ambas nociones representan esencialmente la misma frustración de los que creen que la conducta humana debe siempre seguir las leyes ideadas para explicarla, no al revés. Peor aún, esta tendencia del hombre a desligarse de su biografía y sus refuerzos para lanzarse al futuro aferrándolo con las dos manos nos pone a los científicos en una posición embarazosa. Es como si debiéramos admitir que la naturaleza humana es desorganizada, tras haber defendido ardientemente la proposición (supuestamente) más esencial de la ciencia, "toda la naturaleza sigue un orden". 
Por lo que he dicho de Adán (que frustró a su Creador hasta que Este, exasperado, lo llamó "pecador") y del resto de la humanidad (que frustra a los psicólogos hasta recibir el diagnóstico de "paradoja neurótica"), puede parecer que defiendo una especie de anarquía. Esta no es mi intención, en absoluto. Que la naturaleza humana no actúe como se supone que debería no es motivo para concluir que es o bien pecaminosa o bien paradójica. Tampoco deberíamos concluir que no obedece a una ley; o, ya puestos, que sí lo hace. Pero está claro que la psicología está en dificultades; y, aunque no estoy tan seguro, creo ser capaz de decir cuáles son. 
Por mi parte, estoy bien dispuesto a asumir (y, en efecto, parece importante hacerlo) que existe una realidad ahí afuera; o, si lo prefieren, una verdad en lo más recóndito de nosotros. Como estamos hablando de psicología, será mejor suponer que está en nuestro interior; aunque su localización exacta no importa demasiado en este preciso momento. El hecho es que nuestro control y comprensión de la realidad es únicamente parcial. Además, puede que esté un poco más lejos, o a mayor profundidad, de lo que hemos creído siempre. Estas cosas han pasado antes en la ciencia. 
Siendo así, acaso hemos tomado la historia del Génesis (o los hallazgos de nuestros laboratorios de psicología) demasiado literalmente. Indudablemente, el aprendizaje ocurre en el contexto del refuerzo; al menos, así parece, cuando lo miramos con nuestras gafas hullianas . Pero ¿qué porción de la verdad está encerrada en este hecho? Y ¿cuánto nos aproxima a la naturaleza humana la psicología norteamericana actual? No lo sabemos, en realidad. Si estamos cometiendo un error, no es el de asumir que hay una verdad, o el de confiar en que podemos acercarnos a ella cada vez más: es el de pretender que la hemos encontrado, el nutrir la idea de que la tenemos atrapada en el nivel de confianza del uno por ciento. 
Por mi parte, estoy dispuesto a sostener incluso que el pecado existe en realidad. Pero rectificaré si alguien toca a mi puerta, me entrega un catálogo y me dice: "Bendito seas, hermano: he oído que crees en el pecado, y aquí lo tienes, con índice analítico incluido". En estos casos, me inclino a sugerir al visitante que profundice su investigación antes de publicar sus hallazgos (aunque puede que no le devuelva el catálogo antes de haber ojeado los dibujos). Y puede que diga, tras echarle una mirada: "Cielo santo, éste es el compendio más actualizado del pecado que he visto jamás; y lo usaré como guía, hasta que no encuentre otro mejor". Pero, tal como ocurre en la ciencia, lo que lleguemos a considerar pecaminoso dentro de mil años puede ser tan distinto de las perversiones que comentan nuestros predicadores como la moralidad de hace mil años (o sólo un centenar) lo es del sentido de decencia que se gesta hoy, en 1963 (especialmente en lo relativo a la igualdad de oportunidades para otras razas). 
Lo mismo se aplica a la ciencia en general y a la psicología en particular. Aspiremos a acercarnos un poco más a la verdad. Así que, como experimento psicológico, el Edén no salió como se esperaba. ¿Quién tuvo la culpa? ¿Adán, por desobedecer? ¿Eva, por formular una pregunta muy femenina? ¿La serpiente, por su verdad a corto plazo ("Relájate, querida, ¡hacerlo no te matará!")? ¿O el Creador, por crear un ser de una forma y luego exigirle que se comporte de otra? ¿O es que la falla está en nuestra pertinaz incapacidad para interpretar lo que sucede en los asuntos humanos? Estoy dispuesto a asumir que la culpa es nuestra: a falta de una razón mejor, porque siguiendo esa presuposición podemos reexaminar la naturaleza humana (y la de Dios, para el caso) y tomar medidas más realistas ante nuestros problemas. 
Veamos, pues: he dicho que la misma aproximación a la verdad se aplica al científico y al filósofo moral; y luego he discutido la psicología del Edén como si tuviese relación con la psicología humana. La tiene, sin duda; pero quizá debo usar un ejemplo actualizado y discutir la psicología del laboratorio y la clínica, pues difícilmente encontraremos "Edén" en el catálogo de los Psychological Abstracts. Sin embargo, diré más o menos lo mismo que dije sobre el que fue, según los rumores, el primer hombre. 
De manera que (igual que en el proyecto del Edén) nuestros experimentos desconfirman nuestras hipótesis, nuestras mujeres contraen neurosis, nuestras naciones caen en un violento frenesí. ¿Quién tiene la culpa? ¿Los sujetos, por desobedecer las leyes de la naturaleza humana? ¿Tienen la culpa quienes continúan haciendo preguntas cuando sería mucho más seguro permanecer en la ignorancia? ¿Son culpables los políticos de miras cortas y los publicistas que pregonan promesas evanescentes a las personas ingenuas ("Vamos, querida, ¡es por tu propio bien!")? ¿Es culpa de quienes crean un tipo de sociedad y luego escriben leyes para una sociedad distinta? ¿O es culpa nuestra, al dar por sentado que la naturaleza humana reside, no el ser humano, sino en los sistemas psicológicos ingeniosamente erigidos por Freud, Hull, Jefferson o Marx, o en las conclusiones estadísticamente templadas de la experimentación científica? Como antes, prefiero asumir que, dondequiera que recaiga la culpa, la responsabilidad sigue siendo nuestra; y que la naturaleza humana, fuera lo que fuese, debe buscarse en las vidas de los hombres, mujeres y niños que pueblan la Tierra a ambos lados de la carretera (y también del Telón de Acero). Bajo esta suposición, central para el resto de mi discurso, podemos lanzar nuestros esfuerzos psicológicos en direcciones que nos lleven más cerca de la verdad que lo que hemos conseguido hasta ahora. 
Con todo respeto para los psicólogos que levantan sistemas entre ellos y los seres humanos que los rodean (de lo cual soy tan culpable como cualquiera), el siguiente paso en esta discusión es señalar que mientras más cerca se está de la gente, más cerca se está de la naturaleza humana. ¡Recordemos, sin embargo, que estar cerca de una persona no garantiza que seamos capaces de entenderla! Pero, por otra parte, si nunca nos aproximamos a ella difícilmente desarrollaremos un buen modelo para comprenderla. Por eso creo que la psicología clínica es básica para una psicología científica. 
En la medida en que la psicología ignora la vida íntima del ser humano, comete el mismo error que se cometió en el Edén (un error complicado por las interpretaciones legalistas y punitivas de los fanáticos religiosos). El código oficial decretaba que Adán y Eva debían ser felices mientras tuvieran el estómago lleno. ¡Pero el hecho es que no lo eran! ¡Alguien metió la pata! Ah, estoy seguro de que si los hubiesen persuadido para formar parte de un simple experimento de refuerzo, hubiesen actuado de acuerdo con las especificaciones. Seguramente eran personas corteses y cooperativas. Pero en lo fundamental, se necesita una perspicacia mucho mayor de la que han dado prueba los teólogos y el narrador de la historia para entender por qué estas dos inquisitivas personas decidieron, en una ocasión crucial, investigar el misterio de la vida, en lugar de obedecer ciegamente y recoger su ración diaria de refuerzo de los árboles del jardín. 
A veces se afirma que las personas se desesperan no se comportan como lo hacen habitualmente. Así es. Cuando las cosas van bien, las personas tienden a comportarse como todos los demás, o de acuerdo a las costumbres y rituales de su cultura (tal y como las registran los antropólogos culturales). Pero ¿qué es mejor para el psicólogo que desea comprender la naturaleza humana: observar a alguien cuando actúa de acuerdo con el código local, o intentar entenderlo cuando depende sólo de sus propios recursos sin guiarse por ningún código? 
Por supuesto, ir al psicoterapeuta puede ser un ítem del código local. En estos casos, me temo que la búsqueda de ayuda psicoterapéutica no sea más que un reflejo conformista; y esto desorienta tanto al psicólogo clínico como al experimental, que insiste en hallar sujetos "normales" para su investigación. 
La psicología aplicada no me entusiasma en absoluto. Y por eso creo que la psicología clínica, especialmente la psicoterapia, es tan importante. Esto es obvio, espero. 
En el Edén (me parece) se cometió el error de tratar con los inquilinos en términos de psicología aplicada. El Creador, con gran experiencia acumulada en la creación de cosas, tenía una idea muy clara de cómo hacerlo. Disfrutaba de la ventaja de usar estadísticas de la población entera (o eso dice el relato); no necesitaba preocuparse por la teoría de probabilidades, lo cual debió aliviarle enormemente. Por tanto, en términos de su bien establecida media aritmética (o de su media hipotética para las subespecies emparentadas), era perfectamente razonable esperar que su trabajo final obedeciese las reglas. En este punto, Él se convirtió en un psicólogo aplicado; y sentó la Ley, respaldándola con un programa de refuerzo óptimo. Eso nos han contado, al menos. 
Parece que la serpiente también enfrentó la situación desde el punto de vista de la psicología aplicada. Quizás se formó en ella desde un principio; no lo sé. De cualquier modo, sufría la desventaja de disponer solamente de estadísticas sobre muestras reducidas: hasta entonces nunca había experimentado la "técnica de la tentación", la "psicoterapia racional" ni nada por el estilo. Sobre esto, el relato es explícito: había de basar sus hipótesis en un constructo hipotético. Y (como sabe cualquier doctorando) este fundamento tiene menos solidez que una variable intermediaria. ¡Quizá se debiera a esto su cortedad de miras! En todo caso, empleó su estadística de muestras reducidas, asumió un riesgo al nivel de confianza del diez por ciento, y le dijo a Eva que no moriría, como ella creía, al comer el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal. 
Dentro de sus respectivos marcos referenciales, tanto el Creador como la serpiente tenían razón. Sin embargo, ambos estaban equivocados. El Creador acertaba al suponer que la mayor parte del tiempo (es decir, normalmente, en sentido estadístico), el ser humano se comporta como se espera de él. Sigue las normas sociales dominantes y responde a sus refuerzos. Y si no lo hace, lo expulsamos del experimento (cosa que, como pueden ver, tiene un precedente antiquísimo y honorable). Los psicólogos han demostrado que, en esto, Dios estaba en lo correcto: y debo decir que la evidencia es apabullante. Parece que sólo hubo una ocasión en el Edén en la que la aplicación doctrinal de la investigación psicológica validada fracasó. Y cuando se compara este único incidente con los miles de incidentes previos en los que la hipótesis se comprobó, seguramente se alcanza el nivel de fiabilidad del 0.0001, que satisfaría a los experimentalistas más rigurosos. 
Sin embargo, la ocasión en que falló la hipótesis parece haber sido crucial; o, tal vez, el Creador era un determinista absoluto, que no se contentaba con semejante nivel de fiabilidad. Según el relato, tuvo una rabieta, castigó a Sus sujetos con gran ingenio, y los expulsó del experimento. De acuerdo con otro informe, no hizo ningún esfuerzo serio por ponerse en la piel del ser humano hasta 4004 años más tarde, en el 4 a.C., cuando abordó el problema desde la perspectiva de la psicología de los constructos personales. 
El experimento de la serpiente también tuvo éxito; al menos, el relato no dice que quedara insatisfecha. De hecho, fue un consumado triunfo para la estadística de muestras reducidas. Eva comió la manzana; y (como sospechaba el experimentador) no pasó nada. Ciertamente no murió al instante, como temía; y para cuando murió, muchos años después, la serpiente ya había publicado sus resultados y había conseguido el puesto de Director de Departamento. Era demasiado tarde para obtener un informe verbal de las reacciones de Eva. De forma que, a todos los fines prácticos, la tentación fue un gran éxito, y ha sido citada en todas las recensiones subsiguientes. 
Sin embargo, desde otro punto de vista, la serpiente estaba muy equivocada: pues el ser humano ha estado luchando con este problema del bien y el mal desde ese momento. Guerras, persecuciones, discordias familiares, intolerancia, supresión de sus esfuerzos creativos: todo esto y más, continuamente, en tanto el ser humano ha tratado de imponerse a sí mismo y a los demás su dogmática noción de lo que es psicológicamente bueno y ha intentado destruir a cualquiera y cualquier cosa considerada mala. El bien ha sido definido en términos de conformidad en lugar de buscarlo en términos de entendimiento mutuo. Esto, evidentemente, es psicología aplicada; y, como he indicado, creo que una de las formas de corregir la situación es estudiar la naturaleza humana por medio de la psicoterapia para adquirir una ciencia más perceptiva. 
No digo que la naturaleza del ser humano sea la de los seres humanos extraordinarios. Lo que quiero decir es que la naturaleza humana se revela en sus momentos extraordinarios, que pueden ser estudiados en el curso de su psicoterapia. Y por eso no tengo intención de ser un psicólogo aplicado, y no estoy de acuerdo con que la media de las reacciones conductuales humanas en situaciones de conformidad sea una medida adecuada de su naturaleza básica. Porque aceptar este principio es aceptar que la psicología humana es una psicología de normas y mediocridad estadística. Es conceder que la verdad recae en la mayoría; y unirse, me temo, al clamor por una psicología unificada, como si la verdad se alcanzase por medio de la negociación. 
Debe admitirse que la psicoterapia no es la única oportunidad de ver al ser humano en sus momentos cruciales, cuando los convencionalismos le han traicionado y no tiene más recursos que su propia naturaleza. Podemos contemplar la naturaleza humana en otras situaciones. Quizá podamos estudiarla igual de bien cuando el ser humano afronta la muerte, y rememora, arrepentido, una vida de comportamiento normal y conformista. Quizá la podemos ver revisando la historia de estos últimos dos o tres mil años, en los que el torrente de conductas conformistas, normales y promedio se ve misericordiosamente eclipsado por los logros clave de los hombres y los pueblos. Quizá podamos verla en una guardería antes de que la socialización y la disciplina hagan su aparición. Quizás podamos verla incluso en el laboratorio; aunque lo más probable es que, si se presenta, expulsemos a los sujetos, como se expulsó a Adán y Eva cuando dejaron de confirmar una cierta hipótesis experimental sobre la eficacia del refuerzo. 
Pero, por todas partes, la naturaleza humana puede ser observada a punto de emerger, en ninguna otra parte tendremos más necesidad de afrontar sus desconcertantes complejidades y exasperantes perversidades que en nuestros esfuerzos por lograr una psicoterapia exitosa. Aquí se espera que la persona luche por cambiar mientras busca un compromiso entre las doctrinas psicológicas normalizadas que lo rodean y su propio empeño en alcanzar lo que antes nunca había podido. Afrontar este problema no es siempre cómodo para un científico en ciernes; no es una forma muy práctica de acrecentar su currículum de publicaciones, y acaso sea este el motivo por el que los psicólogos clínicos publican tan poco, y lo que publican resulta tan poco concluyente. Pero por insatisfecho que yo esté con el progreso de la psicología clínica, me siento aun más pesimista ante cualquier psicología científica que se desmarque de la inquietante realidad de la psicoterapia. Pues, como dijo Mark Twain: "Todo perro necesita pulgas, no sea que se olvide de que es un perro".

2 comentarios:

  1. De tanto en tanto republicamos esta entrada mejorandola con material gráfico humorístico que nos es de gran utilidad porque es importante en nuestra opinión que todas las cosas que aprendemos ya sea en el campo de la psicología teórica como en el de la psicología aplicada los pongamos en cuestión.

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  2. Una entrada que de tanto en tanto nos gusta modificar y republicar.

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