sábado, 1 de febrero de 2014

Cuántas parejas has de tener antes de sentar la cabeza




Irse de picos pardos, monear, coquetear, ponerse el mundo por montera, ser un pendón, un juerguista, ir de cama en cama, de flor en flor, de puerto en puerto. Locuras, delirios, travesuras, escarceos de la juventud. Todos esos términos podrían traducir, según el contexto, lo que en inglés se dice to sow one wild’s oats, expresión que hace referencia a los comportamientos impulsivos y promiscuos que se adoptan en la juventud antes de sentar la cabeza.  

Douglas T. Kenrick, profesor de psicología social en la Arizona State University, reflexiona sobre los distintos matices que esta actitud ha ido tomando a lo largo de los años, a raíz de un artículo publicado recientemente en Personal Relationships. 

¿Un cumplido o un insulto? 

Efectivamente, cabe preguntarse si esa actitud juvenil suele ser referida como algo positivo o negativo. Kenrick, a partir del citado artículo elaborado por Dean M. Busby, observa cómo inicialmente esas expresiones tenían una connotación negativa. Cabe añadir que, al menos en España, era mucho más negativa si se hablaba de mujeres que si se hablaba de hombres. Pero, en general, andar por ahí de picos pardos, de una cosa a la otra, en un constante picoteo juvenil no auguraba nada bueno: o bien eras fulana o no eras un hombre de provecho. 

No obstante, Kenrick apunta que el comportamiento se vislumbra de manera positiva, ya que se considera casi necesario para la juventud el disfrutar de una cierta promiscuidad y de comportamientos impulsivos y hedonistas antes de sentar la cabeza y adquirir responsabilidades y compromisos adultos. 

Dos visiones psicológicas 

Busby y sus compañeros señalan lo que resume Kenrick como dos interpretaciones distintas, dos teorías psicológicas opuestas sobre los efectos de la promiscuidad premarital. 

Por un lado, se considera que la experiencia sexual previa es útil, ya que los encuentros anteriores le otorgan a la pareja un marco de referencia según el cual juzgar la compatibilidad entre ambos. Por otro lado, se observa que las relaciones estables son mejores cuando hay exclusividad sexual. Se ve a estas personas más capaces de basar su compromiso en la valoración cuidadosa de su compenetración con la otra persona, en lugar de verse influidos por el cóctel hormonal que suele acompañar al sexo. 

Para probarlo, los investigadores recopilaron datos de 2.659 personas que respondieron a diferentes preguntas sobre su edad, su educación, su religiosidad y la duración, la estabilidad y la satisfacción de su relación vigente. Además, unificaron todos estos aspectos bajo una pregunta que ellos consideraban clave: “¿Con cuánta gente has tenido relaciones sexuales hasta la fecha, incluyendo tu pareja actual?”. 

Según los resultados, un mayor número de parejas sexuales implicaba relaciones menos estables y también menos satisfactorias. 

Posibles interpretaciones 

Hay varias explicaciones plausibles para estos resultados, explica Kenrick. Se puede considerar, simplemente, que la promiscuidad es directamente nociva para una relación estable. Las relaciones cortas pueden llevarnos a sobrevalorar los placeres sexuales, que suelen ser más intensos en la fase inicial. O quizás pueden hacernos pensar que encontrar a otra pareja será sencillo, por lo que abandonamos en cuanto la cosa se pone complicada. No obstante, no es ésta la única interpretación posible. 

La personalidad, por supuesto, también influye. Normalmente, alguien que ha tenido muchas experiencias sexuales es más extrovertido o simplemente más atractivo para el sexo contrario que alguien que ha sido menos promiscuo. Las habilidades sociales, la seguridad, la capacidad para socializar… Todo ello influye, y poco tiene que ver con una concepción más o menos ética de si “irse de picos pardos” está bien o está mal. Es decir, en muchas ocasiones quien no ha sido promiscuo no lo ha sido porque no ha podido (por su carácter, por su situación), no porque no haya querido. Del mismo modo, hay quien pudiendo no se ha visto atraído por la constante sustitución de sus interlocutores sexuales y, aunque las imposiciones sociales nos digan lo contrario, tampoco parece que haya nada malo en no tener sexo si a uno no le apetece. 

También alude Kenrick al hecho de que puede haber gente que tenga numerosas parejas debido a que nadie se quede enganchado a ellos, y en tal caso la promiscuidad es más una maldición que un comportamiento buscado. 

En general, Kenrick considera que el número de parejas previas a la relación actual tiene muy poca influencia en ésta. La satisfacción y la estabilidad de una relación depende más de la personalidad, la situación, los objetivos de ambas personas… que de cómo se hayan desenvuelto éstas en relaciones previas (lo cual dice, a menudo, muy poco de cómo es uno realmente: recordemos que el sexo es cada vez más social y que no hay quien no actúe en parte movido por la presión de sus pares). No parece raro que la conclusión no se desprenda directamente de los resultados del sondeo porque, precisamente porque la promiscuidad es vista como algo a veces negativo y a veces positivo, ¡cuántos de los encuestados no sumarían o restarían participantes a su lista –¿la llevarán escrita en la cartera?— de pasados amantes!

Escrito por: Marta Jiménez Serrano y publicado en: El Confidencial

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